miércoles, 3 de julio de 2013

Charla de Alain 1ª PARTE

Nuevo ABC de las pequeñas escuelas viatorianas
Abecedario, silabario, vocabulario y puntuario
Año 1830. Lyon. 52 páginas

Primera parte de la conferencia impartida por el P. Alain Ambeault, Superior general de los Viatores, en la XXV Escuela de Verano "San Viator"
 
SOMOS 25. Y DESPUÉS ¿QUÉ?
EL GENOMA DEL EDUCADOR VIATORIANO
Valladolid, 28 a 30 de junio de 2013
 
EL EDUCADOR VIATORIANO Y LA PALABRA (1/2)

 
El Viator educador

 
Poco antes de Navidad, recibí un correo electrónico de José Antonio González diciéndome que, durante el verano de 2013 se celebraría la XXV (vigésimo quinta) “Escuela de verano San Viator” y que deseaba mi presencia para celebrar, juntamente con vosotros, este acontecimiento. Yo no lo dudé ni un minuto. 25 (veinticinco) años de una iniciativa que abarca no solamente la misión educativa de los Viatores, sino que lo hace con un espíritu de apertura y de complementariedad propia de nuestro fundador, el P. Querbes, merecía toda mi atención.

 
Pero, al continuar la lectura del mensaje de José Antonio, tras la primera emoción por este aniversario tan significativo, comencé a dudar. Su mensaje decía: También nos gustaría que nos dieras una charla a propósito del educador viatoriano. Confieso que no fue el tema lo que me hizo dudar, sino el hecho de tener que hacerlo en español. Reflexionando, me dije a mí mismo que una duda prolongada solo conduce a más duda y ésta no engendra nada positivo, al menos en este caso. Por consiguiente, acepté con mucho gusto. Debo añadir que tengo gran confianza en vuestra capacidad de comprender y perdonar los errores que cometa en vuestra lengua durante los próximos minutos. Por otra parte, reconozco que es todo un desafío, pero a mí ¡me encantan los desafíos!

 
Ya me han indicado que me dirigiré a educadores en un medio escolar. Debo confesar desde el principio que, aunque mi experiencia como Viator no me ha llamado a trabajar en este campo específico de la misión, yo sigo embelesado por la hermosa relación que se establece entre el carisma de nuestra comunidad y el medio de la educación. Se crea entre ambos una afinidad, una llamada recíproca a desarrollar un espacio que favorezca el crecimiento del ser humano en todas sus dimensiones. Me apoyo en esta profunda convicción de que, en cualquier lugar donde trabajen los Viatores, lo hacen en colaboración con personas que comparten nuestra misión. Debemos ser educadores al servicio de la Palabra. De aquí se desprende el punto principal de lo que deseo compartir con vosotros.

 
Educar al servicio de la palabra, es obra catequética.

 
Permitidme afirmar dos constataciones y abrir una oportunidad. Es revelador constatar hasta qué punto se ha producido una ruptura en la transmisión cultural de la fe. Si en otros tiempos era indiscutible cierto sustrato común de una herencia cristiana transmitida casi genéticamente, de generación en generación, hoy la situación es diametralmente opuesta. La ruptura en la transmisión cultural del bagaje cristiano e, incluso, en la necesidad de adherirse a la fe cristiana, es hoy evidente en la relación que mantienen los jóvenes (y  también muchos otros menos jóvenes) con la Iglesia como institución. El acto de creer, parece solamente vinculado a una elección momentánea, a una experiencia, sin vínculos concretos con una tradición. Además, parece que la gente ya no tiene palabras para expresar su fe, o al menos, está enfrentada al reto de encontrar palabras nuevas ya que, las palabras de ayer, hoy no significan nada.

 
Desde la perspectiva de una educación cristiana centrada en unos datos que se deben transmitir, en  un modelo de la Iglesia que se debe defender, ¿No tenemos la tendencia a infantilizar a aquellos a quienes pretendemos educar?, ¿Es posible creer en una dinámica de educación cristiana que sólo conciba al educando como aquel a quien le falta algo, a quien hay que enseñarle, sin tener absolutamente en cuenta lo que él puede aportar al corazón mismo de la actividad educativa?

 
A la luz de estas dos constataciones, se abre un nuevo concepto: ser educador a la manera de los Viatores, es entrar en el movimiento evocado por su apelación específica: la catequesis.

 
En su volumen: La catequesis en el campo de la comunicación, sus implicaciones para la inculturación de la fe, André Fossion, reconocido profesor de Lumen Vitae, recuerda la etimología de la misma palabra catequesis:

Ella sugiere, de inmediato, su perfil de intercomunicación. La palabra griega "catechein" significa pronunciar una palabra y generar un eco de retorno, por lo tanto en la palabra catequesis se menciona el movimiento de una palabra que resuena en el oído del oyente y solicita una respuesta.

 
Recojamos ahora todo esto en términos más antropológicos. Es imposible plantearnos el tema de la educación cristiana sin antes echar un vistazo al ser humano donde dicha educación se enraíza. La persona humana, ¿es un ser de necesidades o un ser de deseos?

 
En el primer caso, el movimiento de la realización de la persona consistirá en extraer los fundamentos necesarios que le permitan acceder a su propia  realización. Esta certeza engendra, por parte de las instituciones donde nos movemos, la seguridad de poseer lo indispensable para la realización humana. A título de ejemplo, la Iglesia Católica y otras religiones, así como las instituciones educativas, responden al mercado de las necesidades humanas.

 
Si concebimos al ser humano principalmente como un ser de deseos, entonces la perspectiva es diferente:

 
El deseo, sigue diciendo el profesor André Fossion, es la llamada a la comunicación interhumana; el deseo, en este sentido, no tiene objeto fijo: consiste en desear el  deseo del otro, lo recíproco, el intercambio.

 
En este sentido, la persona humana se percibe antropológicamente como un ser de relación, no como medio de existencia, sino como razón de existir. También podría afirmarse que la persona humana es un ser de palabra, de comunicación, no como medio de existencia sino como razón de existir. El ser de deseos trata de aprender en la perspectiva del diálogo y, por lo tanto, de la comunicación.

 
Por eso, si el ser humano es fundamentalmente un ser de deseos, es importante que este deseo-comunicación con los demás y con Dios se caracterice por una liberación constante que le permita ser lo que fundamentalmente es; el Dios de la alianza viene, por consiguiente, a confirmar al humano como ser de deseos, afirmaba Paul-André Giguère, un teólogo de mi país, Canadá.

 
Aquí podríamos hacer una interesante incursión en el mundo de la comunicación y ver cómo el acto de comunicar es, a la vez, rico y complejo. Pone en juego a los remitentes, a los destinatarios, a un contenido y a toda la red de canales de la comunicación. Educar, a la manera de los Viatores, no es solamente estar en el corazón de esta red, sino ser conscientes de las diversas interacciones que allí actúan. Trabajar como educador viatoriano, es también situarse, no sólo a título personal, sino también en nombre de una misión que compartimos con los demás, una misión que nos viene de otro y que se realiza solamente en un estilo de comunión educativa. Eso es lo que me hace amar, lo que llamamos en mi lengua: "La casa de educación”. En ella hay espacio para todos y cada uno de forma inclusiva. La misión educativa viatoriana conlleva un cambio de paradigmas: de la institución escolar a la casa de educación; de una tarea a un ministerio catequético.

 
Permitidme concluir esta primera parte recordando que la educación cristiana, entendida en el sentido de su nombre específico, la catequesis, desborda la actividad de la enseñanza. La catequesis deja espacio para una dinámica de aprendizaje en el que cada persona involucrada, tanto el educador como los educandos, están en relación con otros, en un movimiento mutuo de escuchar y de hablar, de atención y de expresión. Dado que estas facultades son ricas y complejas, van caracterizando así a la persona humana.

 
El educador de la fe, interesado en ser creíble a los ojos de sus contemporáneos, y por lo tanto... de ser escuchado, debe estar constantemente atento a la inculturación, a los lugares, al contenido y al método catequético que propone.  Inculturar es en primer lugar y ante todo tomar nota de una cultura y considerar sus riquezas como el terreno fértil donde se enraizarán un nuevo lenguaje de fe y una nueva manera de formar una Iglesia viva y significativa para un tiempo determinado. El educador de la fe, el catequista, es por consiguiente aquel que se sitúa siempre en la búsqueda relacional con otros para recrear constantemente un lenguaje capaz de dar una buena noticia.

 
Un texto clave para entrar en la misión educativa: la historia de los discípulos de Emaús.

 
Sin más introducción, tomemos ahora tiempo para escuchar el relato de los discípulos de Emaús: Lucas 24, 13-35. Este relato evangélico nos ofrece los elementos esenciales que permiten establecer las bases sobre las que se fundamenta el trabajo educativo viatoriano. A partir de aquí, desarrollaré algunas pistas interesantes que sugiere este texto para subrayar las convicciones de los y las que, en nombre de la misión viatoriana, se ocupan, como decía el Padre Querbes en el lenguaje de su tiempo, “de los niños de hoy, que son los cristianos de mañana”.

 
Los discípulos de Emaús:
 
Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos; pero sus ojos estaban velados para que no le conocieran. Él les dijo: « ¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?» Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: « ¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?» Él les dijo: « ¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería él quien iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron». Él les dijo: « ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado». Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: « ¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: « ¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.

 
¿Cómo sacar las conclusiones pertinentes tras las afirmaciones teóricas que he hecho antes acerca de la educación misma?, ¿acerca de  la visión antropológica del ser humano y de la catequesis? Lo haré utilizando el relato de los discípulos de Emaús. Este texto descubre todo un modelo de educación..., de educación de la fe, y emplea una pedagogía donde, a la vez, se escucha y se habla, hay compasión y confrontación, presencia y ausencia, ida y vuelta. Como hizo Jesús en el camino de Emaús, también a nosotros se nos invita a construir la Iglesia, comunión de los bautizados, a partir de un encuentro real de situaciones de vida que son las de nuestro tiempo. Todo ministro de la Iglesia – y los educadores lo son cuando trabajan en nombre de una misión como la de los Viatores  catequistas – está invitado a ponerse en camino, a arriesgarse en el terreno del otro, a aceptar su acogida y a caminar juntos hacia un ser más humano y más cristiano, a un encuentro convocado y prometido  por Cristo resucitado.

 
La Iglesia, esta comunión responsable de los bautizados que los educadores de la fe quieren que renazca cada vez más, es la que considera que las diversas situaciones de vida que la componen son otras tantas oportunidades de revelar, más plenamente aún, el rostro complejo del Espíritu de Jesús. A partir de ese momento, su unidad se conecta al desafío de la comunión de personas diferentes, llamadas a revelar, cada una de una forma diversa, la única Palabra de Dios.

 
Me voy a detener ahora en cada parte del texto subrayando los detalles que se nos ofrecen como desafíos planteados al educador-catequista de la familia viatoriana.

 
Primera constatación: ¡Lo primero de todo es la vida!
 
Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado...
 
Las primeras frases de la historia de los discípulos de Emaús, no solamente nos  presentan dos personajes, sino que nos evocan claramente la situación de sus propias vidas. Los discípulos que habían vivido los acontecimientos de Jerusalén, volvían con el corazón y la cabeza abrumados por muchas preguntas, con el paso cansino de caminantes decepcionados que desandan de nuevo su camino. Lo que están experimentando es, en cierto sentido, el retorno a la vida normal, el retorno a una vida que, después de todo, no  ha cambiado en nada. Sin embargo estos discípulos habían caminado con Jesús de Nazaret y su encuentro con este hombre admirable les había suscitado nuevas esperanzas: una vida diferente, mejor, liberada. Su camino de vuelta a Emaús no es apresurado pero tampoco vacío. El texto nos introduce más bien en el paso a paso de dos personajes en pleno cuestionamiento existencial. Lo primero y principal es su debate, su reflexión y su decepción; son  ellos quienes se imponen el retorno a Emaús.

 
De la misma manera que este texto bíblico, que sitúa la vida de los discípulos en primer plano, es decir en la base misma de la acción de Jesús, la educación cristiana debe estar convencida de que  debe enraizarse en la vida, en el terreno humano. Después de todo, lo que está en juego aquí es la relación entre fe/mundo, fe/cultura y que, para la actividad educativa cristiana, exige una toma de postura previa a favor de la vida y de la cultura de la gente.

 
Por un lado, el educador de la fe debe considerar su acción como un servicio al mundo, un servicio a la cultura; él no es, en primer lugar, el poseedor del secreto de un mejor-ser existencial que debe darse a conocer, sino sobre todo y ante todo, él es un enamorado de este mundo y de esta cultura. Lleva al centro de su acción una convicción y una apuesta fundamentales. El educador viatoriano, de acuerdo con la pedagogía de Jesús, se basa en la convicción profunda de que, para que el acto humano de educación en la fe sea realmente posible, debe formar parte de la vida, de sus cerrazones y paralizaciones, así como de sus grandes aperturas. El Viator educador-catequista está, en primer lugar al servicio de la vida, para la vida, con un compromiso por la promoción y la realización de esta vida recibida como don y como gracia de Dios.

 
Además, el educador-catequista viatoriano hace una apuesta fundamental afirmando que la cultura a la que se propone la fe lleva inevitablemente una fuerza reveladora del rostro de Dios. La educación en la fe no es solamente un acto de palabra, debe ser un acto de escucha, porque la cultura a la que va dirigida le es totalmente necesaria para recoger los rasgos faciales del Dios que ella desea transmitir.

 
Por otra parte, el maestro-catequista se relaciona con personas que caminan, con personas que viven y se están interrogando sobre el sentido de la existencia. ¿No estaban en marcha los discípulos que Jesús encontró en el camino a Emaús?, ¿no discutían acerca de todos aquellos acontecimientos? Por consiguiente el  educador-viatoriano debe ser consciente de que él comienza a dialogar con  personas que ya están buscando un sentido a la vida y apuestan, con sus palabras y su lenguaje, por algo que pertenece al corazón mismo de esta búsqueda, que el sentimiento cristiano propuesto puede convertirse en esperanza para ellos. En otros términos, el mensaje que lleva el educador-catequista no puede ser más que una sencilla respuesta a las preguntas existenciales profundas que la gente se plantea.

 
Resumiendo, el educador de la fe no detiene la vida para presentar su mensaje, sino que lleva el desafío de estar caminando, por el mismo camino de la vida por donde avanzan también las personas con las que quiere dialogar, con el fin de  hacer nacer, juntamente con ellos, un ser-mejor para el mundo. ¡Lo primero de todo es la vida!
 
Segunda constatación: Hay que arriesgarse al terreno y a la acogida del otro
 
…Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos…
Fue en el camino de los discípulos de Emaús cuando apareció Jesús resucitado; hay unos hombres  que caminan hacia un lugar concreto. El texto nos dice que Jesús se acercó, es decir que fue él quien corrió el riesgo de su acogida y siguió con ellos, no pretendió detener su marcha, ni conducirlos hacia otro lugar. La actitud de Jesús que se describe en esta parte de la historia es, simplemente, la de acompañar y caminar con  aquellas personas, en su propio camino y a partir de su propia discusión. Jesús se arriesga al encuentro en el terreno propio de los caminantes; les va a proponer el reconocimiento de quién es Él a partir de sus propias situaciones existenciales.

 
Si la educación cristiana es un servicio al mundo, debe hacer del terreno de este mundo el campo de su acción; es el paso del “venid y veréis” al ¡“Vamos y arriesguémonos”!

 
El mundo en que vivimos ha hecho perder a las instituciones su rol de definir los parámetros sociales. Esto es obvio también en el caso de la Iglesia. Sin embargo, sería un error pensar que, a causa de eso, estamos viviendo en un vacío existencial. Todo lo contrario, ahora formamos parte de un inmenso mercado abierto a diferentes sentidos de la vida: filosofías, ideologías y su agrupación más o menos estructurada, sectas y religiones… ofrecen manifiestamente sus secretos para lograr la felicidad. Por consiguiente nuestros contemporáneos se enfrentan a todo un abanico de sentidos de la vida y es, precisamente en el corazón de las diversas situaciones engendradas por esta realidad,  donde el educador de la fe cristiana deberá asumir un riesgo constante: el riesgo del camino del otro.

 
El desafío de la inculturación de la fe planteado por el educador-catequista se expresa, por consiguiente, en un riesgo y en una convicción: el riesgo del terreno y de la acogida del otro, y la convicción de que su acción es solamente posible a condición de compartir verdaderamente las situaciones existenciales de las personas a las que se dirige. De esta manera, el educador-catequista se convierte a la vez en misionero y en profeta.

 
El camino que siguió Jesús – como el que debe seguir el educador de la fe – no se sitúa por consiguiente al lado del camino de otro, sino que es precisamente el del encuentro con el otro, el que se abre a la diferencia del otro. El educador tiene la misión de revelar una Palabra dada y recibida, y de suscitar, en el corazón mismo de las diversas situaciones de vida, el deseo de una Palabra que ha sido revelada y recibida.

 
Aquí termina el primer movimiento de este texto maravilloso. Situar la vida en primer lugar y arriesgarse en el terreno del otro. Actitudes fundamentales de Jesús que inspiran el acto educativo y que se traducirán en un segundo movimiento, el del  reconocimiento, el del lugar de la escucha en la pedagogía de Jesús y el de la liberación del deseo.
 
(CONTINÚA CON LA SEGUNDA PARTE)

 
Alain Ambeault, c.s.v.,
Superior General