Nuevo ABC de las pequeñas escuelas viatorianas
Abecedario, silabario, vocabulario y puntuario
Año 1830. Lyon. 52 páginas
Primera parte de la conferencia impartida por el P. Alain Ambeault, Superior general de los Viatores, en la XXV Escuela de Verano "San Viator"
SOMOS 25. Y DESPUÉS ¿QUÉ?
EL GENOMA DEL EDUCADOR VIATORIANO
Valladolid, 28 a 30 de junio de 2013
EL EDUCADOR VIATORIANO Y LA PALABRA (1/2)
El
Viator educador
Poco antes de Navidad,
recibí un correo electrónico de José Antonio González diciéndome que, durante
el verano de 2013 se celebraría la XXV (vigésimo quinta) “Escuela de verano San
Viator” y que deseaba mi presencia para celebrar, juntamente con vosotros, este
acontecimiento. Yo no lo dudé ni un minuto. 25 (veinticinco) años de una
iniciativa que abarca no solamente la misión educativa de los Viatores, sino
que lo hace con un espíritu de apertura y de complementariedad propia de
nuestro fundador, el P. Querbes, merecía toda mi atención.
Pero, al continuar la
lectura del mensaje de José Antonio, tras la primera emoción por este
aniversario tan significativo, comencé a dudar. Su mensaje decía: También nos gustaría que nos dieras una
charla a propósito del educador viatoriano. Confieso que no fue el tema lo que
me hizo dudar, sino el hecho de tener que hacerlo en español. Reflexionando, me
dije a mí mismo que una duda prolongada solo conduce a más duda y ésta no engendra
nada positivo, al menos en este caso. Por consiguiente, acepté con mucho gusto.
Debo añadir que tengo gran confianza en vuestra capacidad de comprender y
perdonar los errores que cometa en vuestra lengua durante los próximos minutos.
Por otra parte, reconozco que es todo un desafío, pero a mí ¡me encantan los
desafíos!
Ya me han indicado que me
dirigiré a educadores en un medio escolar. Debo confesar desde el principio
que, aunque mi experiencia como Viator no me ha llamado a trabajar en este
campo específico de la misión, yo sigo embelesado por la hermosa relación que
se establece entre el carisma de nuestra comunidad y el medio de la educación.
Se crea entre ambos una afinidad, una llamada recíproca a desarrollar un
espacio que favorezca el crecimiento del ser humano en todas sus dimensiones.
Me apoyo en esta profunda convicción de que, en cualquier lugar donde trabajen
los Viatores, lo hacen en colaboración con personas que comparten nuestra
misión. Debemos ser educadores al servicio de la Palabra. De aquí se desprende
el punto principal de lo que deseo compartir con vosotros.
Educar al servicio de la palabra, es obra catequética.
Permitidme afirmar dos
constataciones y abrir una oportunidad. Es revelador constatar hasta qué punto
se ha producido una ruptura en la transmisión cultural de la fe. Si en otros
tiempos era indiscutible cierto sustrato común de una herencia cristiana
transmitida casi genéticamente, de generación en generación, hoy la situación
es diametralmente opuesta. La ruptura en la transmisión cultural del bagaje
cristiano e, incluso, en la necesidad de adherirse a la fe cristiana, es hoy
evidente en la relación que mantienen los jóvenes (y también muchos otros menos jóvenes) con la
Iglesia como institución. El acto de creer, parece solamente vinculado a una
elección momentánea, a una experiencia, sin vínculos concretos con una tradición.
Además, parece que la gente ya no tiene palabras para expresar su fe, o al
menos, está enfrentada al reto de encontrar palabras nuevas ya que, las
palabras de ayer, hoy no significan nada.
Desde la perspectiva de una
educación cristiana centrada en unos datos que se deben transmitir, en un modelo de la Iglesia que se debe defender,
¿No tenemos la tendencia a infantilizar a aquellos a quienes pretendemos
educar?, ¿Es posible creer en una dinámica de educación cristiana que sólo
conciba al educando como aquel a quien le falta algo, a quien hay que
enseñarle, sin tener absolutamente en cuenta lo que él puede aportar al corazón
mismo de la actividad educativa?
A la luz de estas dos
constataciones, se abre un nuevo concepto: ser educador a la manera de los
Viatores, es entrar en el movimiento evocado por su apelación específica: la catequesis.
En su volumen: La catequesis en el campo de la
comunicación, sus implicaciones para la inculturación de la fe, André
Fossion, reconocido profesor de Lumen
Vitae, recuerda la etimología de la misma palabra catequesis:
Ella sugiere, de inmediato,
su perfil de intercomunicación. La palabra griega "catechein" significa pronunciar
una palabra y generar un eco de retorno, por lo tanto en la palabra
catequesis se menciona el movimiento de una palabra que resuena en el oído del
oyente y solicita una respuesta.
Recojamos ahora todo esto
en términos más antropológicos. Es imposible plantearnos el tema de la
educación cristiana sin antes echar un vistazo al ser humano donde dicha
educación se enraíza. La persona humana, ¿es un ser
de necesidades o un ser de deseos?
En el primer caso, el
movimiento de la realización de la persona consistirá en extraer los
fundamentos necesarios que le permitan acceder a su propia realización. Esta certeza engendra, por parte
de las instituciones donde nos movemos, la seguridad de poseer lo indispensable
para la realización humana. A título de ejemplo, la Iglesia Católica y otras
religiones, así como las instituciones educativas, responden al mercado de las
necesidades humanas.
Si concebimos al ser humano
principalmente como un ser de deseos,
entonces la perspectiva es diferente:
El deseo, sigue diciendo el
profesor André Fossion, es la llamada a la comunicación interhumana; el deseo,
en este sentido, no tiene objeto fijo: consiste en desear el deseo del otro, lo recíproco, el intercambio.
En este sentido, la persona
humana se percibe antropológicamente como un ser de relación, no como medio de
existencia, sino como razón de existir. También podría afirmarse que la persona
humana es un ser de palabra, de comunicación, no como medio de existencia sino
como razón de existir. El ser de deseos trata de aprender en la perspectiva del
diálogo y, por lo tanto, de la comunicación.
Por eso, si el ser humano
es fundamentalmente un ser de deseos, es importante que este deseo-comunicación
con los demás y con Dios se caracterice por una liberación constante que le
permita ser lo que fundamentalmente es; el
Dios de la alianza viene, por consiguiente, a confirmar al humano como ser de
deseos, afirmaba Paul-André Giguère, un teólogo de mi país, Canadá.
Aquí podríamos hacer una
interesante incursión en el mundo de la comunicación y ver cómo el acto de
comunicar es, a la vez, rico y complejo. Pone en juego a los remitentes, a los
destinatarios, a un contenido y a toda la red de canales de la comunicación.
Educar, a la manera de los Viatores, no es solamente estar en el corazón de
esta red, sino ser conscientes de las diversas interacciones que allí actúan.
Trabajar como educador viatoriano, es también situarse, no sólo a título
personal, sino también en nombre de una misión que compartimos con los demás,
una misión que nos viene de otro y que se realiza solamente en un estilo de
comunión educativa. Eso es lo que me hace amar, lo que llamamos en mi lengua:
"La casa de educación”. En ella hay espacio para todos y cada uno de forma
inclusiva. La misión educativa viatoriana conlleva un cambio de paradigmas: de
la institución escolar a la casa de educación; de una tarea a un ministerio
catequético.
Permitidme concluir esta primera
parte recordando que la educación cristiana, entendida en el sentido de su
nombre específico, la catequesis, desborda la actividad de la enseñanza. La
catequesis deja espacio para una dinámica de aprendizaje en el que cada persona
involucrada, tanto el educador como los educandos, están en relación con otros,
en un movimiento mutuo de escuchar y de hablar, de atención y de expresión.
Dado que estas facultades son ricas y complejas, van caracterizando así a la
persona humana.
El educador de la fe, interesado
en ser creíble a los ojos de sus contemporáneos, y por lo tanto... de ser escuchado,
debe estar constantemente atento a la inculturación, a los lugares, al
contenido y al método catequético que propone.
Inculturar es en primer lugar y ante todo tomar nota de una cultura y
considerar sus riquezas como el terreno fértil donde se enraizarán un nuevo
lenguaje de fe y una nueva manera de formar una Iglesia viva y significativa
para un tiempo determinado. El educador de la fe, el catequista, es por consiguiente
aquel que se sitúa siempre en la búsqueda relacional con otros para recrear
constantemente un lenguaje capaz de dar una buena noticia.
Un
texto clave para entrar en la misión educativa: la historia de los discípulos
de Emaús.
Sin más introducción,
tomemos ahora tiempo para escuchar el relato de los discípulos de Emaús: Lucas
24, 13-35. Este relato evangélico nos ofrece los elementos esenciales que
permiten establecer las bases sobre las que se fundamenta el trabajo educativo
viatoriano. A partir de aquí, desarrollaré algunas pistas interesantes que sugiere
este texto para subrayar las convicciones de los y las que, en nombre de la
misión viatoriana, se ocupan, como decía el Padre Querbes en el lenguaje de su
tiempo, “de los niños de hoy, que son los
cristianos de mañana”.
Los
discípulos de Emaús:
Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado
Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre
todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían,
el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos; pero sus ojos estaban velados
para que no le conocieran. Él les dijo: « ¿De qué discutís entre vosotros
mientras vais andando?» Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos
llamado Cleofás le respondió: « ¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no
sabe las cosas que estos días han pasado en ella?» Él les dijo: « ¿Qué cosas?»
Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en
obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos
sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos
que sería él quien iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos
ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las
nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no
hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de
ángeles, que decían que él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro
y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron». Él
les dijo: « ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron
los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su
gloria?» Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les
explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo a
donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron
diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado». Y
entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos,
tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se
les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. Se
dijeron uno a otro: « ¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros
cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» Y,
levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los
Once y a los que estaban con ellos, que decían: « ¡Es verdad! ¡El Señor ha
resucitado y se ha aparecido a Simón!» Ellos, por su parte, contaron lo que
había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.
¿Cómo sacar las
conclusiones pertinentes tras las afirmaciones teóricas que he hecho antes
acerca de la educación misma?, ¿acerca de
la visión antropológica del ser humano y de la catequesis? Lo haré
utilizando el relato de los discípulos de Emaús. Este texto descubre todo un
modelo de educación..., de educación de la fe, y emplea una pedagogía donde, a
la vez, se escucha y se habla, hay compasión y confrontación, presencia y ausencia,
ida y vuelta. Como hizo Jesús en el camino de Emaús, también a nosotros se nos
invita a construir la Iglesia, comunión de los bautizados, a partir de un
encuentro real de situaciones de vida que son las de nuestro tiempo. Todo
ministro de la Iglesia – y los educadores lo son cuando trabajan en nombre de
una misión como la de los Viatores
catequistas – está invitado a ponerse en camino, a arriesgarse en el
terreno del otro, a aceptar su acogida y a caminar juntos hacia un ser más
humano y más cristiano, a un encuentro convocado y prometido por Cristo resucitado.
La
Iglesia, esta comunión responsable de los bautizados que los educadores de la
fe quieren que renazca cada vez más, es la que considera que las diversas
situaciones de vida que la componen son otras tantas oportunidades de revelar,
más plenamente aún, el rostro complejo del Espíritu de Jesús. A partir de ese
momento, su unidad se conecta al desafío de la comunión de personas diferentes,
llamadas a revelar, cada una de una forma diversa, la única Palabra de Dios.
Me voy a
detener ahora en cada parte del texto subrayando los detalles que se nos
ofrecen como desafíos planteados al educador-catequista de la familia
viatoriana.
Primera
constatación: ¡Lo primero de todo es la vida!
Aquel
mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta
estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado...
Las primeras frases de la
historia de los discípulos de Emaús, no solamente nos presentan dos personajes, sino que nos evocan
claramente la situación de sus propias vidas. Los discípulos que habían vivido
los acontecimientos de Jerusalén, volvían con el corazón y la cabeza abrumados
por muchas preguntas, con el paso cansino de caminantes decepcionados que
desandan de nuevo su camino. Lo que están experimentando es, en cierto sentido,
el retorno a la vida normal, el retorno a una vida que, después de todo,
no ha cambiado en nada. Sin embargo
estos discípulos habían caminado con Jesús de Nazaret y su encuentro con este
hombre admirable les había suscitado nuevas esperanzas: una vida diferente,
mejor, liberada. Su camino de vuelta a Emaús no es apresurado pero tampoco
vacío. El texto nos introduce más bien en el paso a paso de dos personajes en
pleno cuestionamiento existencial. Lo primero y principal es su debate, su
reflexión y su decepción; son ellos
quienes se imponen el retorno a Emaús.
De la misma manera que este
texto bíblico, que sitúa la vida de los discípulos en primer plano, es decir en
la base misma de la acción de Jesús, la educación cristiana debe estar
convencida de que debe enraizarse en la
vida, en el terreno humano. Después de todo, lo que está en juego aquí es la
relación entre fe/mundo, fe/cultura y que, para la actividad educativa
cristiana, exige una toma de postura previa a favor de la vida y de la cultura
de la gente.
Por un lado, el educador de
la fe debe considerar su acción como un servicio al mundo, un servicio a la
cultura; él no es, en primer lugar, el poseedor del secreto de un mejor-ser
existencial que debe darse a conocer,
sino sobre todo y ante todo, él es un enamorado de este mundo y de esta
cultura. Lleva al centro de su acción una convicción y una apuesta
fundamentales. El educador viatoriano, de acuerdo con la pedagogía de Jesús, se
basa en la convicción profunda de que, para que el acto humano de educación en
la fe sea realmente posible, debe formar parte de la vida, de sus cerrazones y
paralizaciones, así como de sus grandes aperturas. El Viator
educador-catequista está, en primer lugar al servicio de la vida, para la vida,
con un compromiso por la promoción y la realización de esta vida recibida como
don y como gracia de Dios.
Además, el
educador-catequista viatoriano hace una apuesta fundamental afirmando que la
cultura a la que se propone la fe lleva inevitablemente una fuerza reveladora
del rostro de Dios. La educación en la fe no es solamente un acto de palabra,
debe ser un acto de escucha, porque la cultura a la que va dirigida le es
totalmente necesaria para recoger los rasgos faciales del Dios que ella desea
transmitir.
Por otra parte, el
maestro-catequista se relaciona con personas que caminan, con personas que
viven y se están interrogando sobre el sentido de la existencia. ¿No estaban en
marcha los discípulos que Jesús encontró en el camino a Emaús?, ¿no discutían
acerca de todos aquellos acontecimientos? Por consiguiente el educador-viatoriano debe ser consciente de
que él comienza a dialogar con personas
que ya están buscando un sentido a la vida y apuestan, con sus palabras y su
lenguaje, por algo que pertenece al corazón mismo de esta búsqueda, que el
sentimiento cristiano propuesto puede convertirse en esperanza para ellos. En
otros términos, el mensaje que lleva el educador-catequista no puede ser más
que una sencilla respuesta a las preguntas existenciales profundas que la gente
se plantea.
Resumiendo, el educador de
la fe no detiene la vida para presentar su mensaje, sino que lleva el desafío
de estar caminando, por el mismo camino de la vida por donde avanzan también
las personas con las que quiere dialogar, con el fin de hacer nacer, juntamente con ellos, un
ser-mejor para el mundo. ¡Lo primero de todo es la vida!
Segunda
constatación: Hay que arriesgarse al terreno y a la acogida del otro
…Y
sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y
siguió con ellos…
Fue en el camino de los
discípulos de Emaús cuando apareció Jesús resucitado; hay unos hombres que caminan hacia un lugar concreto. El texto
nos dice que Jesús se acercó, es decir
que fue él quien corrió el riesgo de su acogida y siguió con ellos, no pretendió detener su marcha, ni conducirlos
hacia otro lugar. La actitud de Jesús que se describe en esta parte de la
historia es, simplemente, la de acompañar y caminar con aquellas personas, en su propio camino y a
partir de su propia discusión. Jesús se arriesga al encuentro en el terreno
propio de los caminantes; les va a proponer el reconocimiento de quién es Él a
partir de sus propias situaciones existenciales.
Si la educación cristiana
es un servicio al mundo, debe hacer del terreno de este mundo el campo de su
acción; es el paso del “venid y veréis” al ¡“Vamos y arriesguémonos”!
El mundo en que vivimos ha
hecho perder a las instituciones su rol de definir los parámetros sociales.
Esto es obvio también en el caso de la Iglesia. Sin embargo, sería un error
pensar que, a causa de eso, estamos viviendo en un vacío existencial. Todo lo
contrario, ahora formamos parte de un inmenso mercado abierto a diferentes
sentidos de la vida: filosofías, ideologías y su agrupación más o menos
estructurada, sectas y religiones… ofrecen manifiestamente sus secretos para
lograr la felicidad. Por consiguiente nuestros contemporáneos se enfrentan a
todo un abanico de sentidos de la vida y es, precisamente en el corazón de las
diversas situaciones engendradas por esta realidad, donde el educador de la fe cristiana deberá asumir
un riesgo constante: el riesgo del camino del otro.
El desafío de la
inculturación de la fe planteado por el educador-catequista se expresa, por
consiguiente, en un riesgo y en una convicción: el riesgo del terreno y de la
acogida del otro, y la convicción de que su acción es solamente posible a
condición de compartir verdaderamente las situaciones existenciales de las
personas a las que se dirige. De esta manera, el educador-catequista se
convierte a la vez en misionero y en profeta.
El camino que siguió Jesús
– como el que debe seguir el educador de la fe – no se sitúa por consiguiente
al lado del camino de otro, sino que es precisamente el del encuentro con el
otro, el que se abre a la diferencia del otro. El educador tiene la misión de
revelar una Palabra dada y recibida, y de suscitar, en el corazón mismo de las
diversas situaciones de vida, el deseo de una Palabra que ha sido revelada y
recibida.
Aquí termina el primer
movimiento de este texto maravilloso. Situar la vida en primer lugar y arriesgarse
en el terreno del otro. Actitudes fundamentales de Jesús que inspiran el acto
educativo y que se traducirán en un segundo movimiento, el del reconocimiento, el del lugar de la escucha en
la pedagogía de Jesús y el de la liberación del deseo.
(CONTINÚA CON LA SEGUNDA PARTE)
Alain Ambeault, c.s.v.,
Superior General