ALEGRÍA, ORACIÓN Y GRATITUD
Los domingos pasados la liturgia subrayó lo que significa tener una actitud de vigilancia y lo que implica concretamente preparar el camino del Señor. En este tercer domingo de Adviento, llamado «domingo de la alegría», la liturgia nos invita a entender el espíritu con el que tiene lugar todo esto, es decir, precisamente, la alegría. San Pablo nos invita a preparar la venida del Señor asumiendo tres actitudes. Escuchad bien: tres actitudes. Primero, la alegría constante; segundo, la oración perseverante; tercero, el continuo agradecimiento. Alegría constante, oración perseverante y continuo agradecimiento.
La primera actitud, alegría constante: «Estad siempre
alegres» (1 Tesalonicenses 5, 16) dice san Pablo. Es decir, permanecer
siempre en la alegría, incluso cuando las cosas no van según nuestros deseos;
pero está esa alegría profunda que es la paz: también eso es alegría, está
dentro. Y la paz es una alegría «a nivel del suelo» pero es una alegría. Las
angustias, las dificultades y los sufrimientos atraviesan la vida de cada uno,
todos nosotros lo conocemos; y muchas veces, la realidad que nos rodea parece
ser inhóspita y árida, parecida al desierto en el que resonaba la voz de Juan
Bautista, como recuerda el Evangelio de mañana (cf Juan 1, 23). Pero
precisamente las palabras del Bautista revelan que nuestra alegría se sostiene
sobre una certeza, que este desierto está habitado: «en medio de vosotros
—dice— está uno a quien no conocéis» (v 26). Se trata de Jesús, el enviado del
Padre que viene, como subraya Isaías «a anunciar la buena nueva a los pobres me
ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la
liberación, y a los reclusos la libertad; a pregonar año de gracia de Yahveh»
(61, 1-2).
Estas palabras, que Jesús hará suyas en el discurso de la
sinagoga de Nazaret (cf Lucas 4, 16-19) aclaran que su misión en el mundo
consiste en la liberación del pecado y de las esclavitudes personales y
sociales que ello produce. Él vino a la tierra para devolver a los hombres la
dignidad y la libertad de los hijos de Dios que solo Él puede comunicar y a dar
la alegría por esto. La alegría que caracteriza la espera del Mesías se basa en
la oración perseverante: esta es la segunda actitud.
San Pablo dice: «Orad constantemente» (1
Tesalonicenses 5, 17). Por medio de la oración podemos entrar en una
relación estable con Dios, que es la fuente de la verdadera alegría. La alegría
del cristiano no se compra, no se puede comprar; viene de la fe y del encuentro
con Jesucristo, razón de nuestra felicidad. Y cuanto más enraizados estamos en
Cristo, cuanto más cercanos estamos a Jesús, más encontramos la serenidad
interior, incluso en medio de las contradicciones cotidianas. Por eso el
cristiano, habiendo encontrado a Jesús, no puede ser un profeta de desventura,
sino un testigo y un heraldo de alegría. Una alegría a compartir con los demás;
una alegría contagiosa que hace menos fatigoso el camino de la vida.
La tercera actitud indicada por Pablo es el continuo
agradecimiento, es decir, un amor agradecido con Dios. Él, de hecho, es muy
generoso con nosotros y nosotros estamos invitados a reconocer siempre sus beneficios,
su amor misericordioso, su paciencia y bondad, viviendo así en un incesante
agradecimiento.
Alegría, oración y gratitud son tres comportamientos que nos
preparan para vivir la Navidad de un modo auténtico. Alegría, oración y
gratitud.
Papa Francisco
Texto: vatican.va
Imagen: FANO