El origen de la festividad del 1 de noviembre se remonta al año 156 d.c. y en el siglo VIII se institucionalizó, pero la palabra 'santo' tiene un significado muy diferente al que mucha gente imagina.
El Día de Todos los Santos, el 1 de noviembre, es una festividad religiosa que se celebra desde el siglo VIII y en la que se conmemora los millones de personas que han llegado al cielo, aunque sean desconocidos para nosotros. Se llama así porque 'Santo', según la Iglesia Católica, es aquel que ha llegado al cielo; algunos de ellos han sido canonizados y son por esto propuestos por la Iglesia como ejemplos de vida cristiana y tienen un lugar en el Santoral. Realmente, aunque es el día 1 cuando se visita y recuerda a los seres queridos fallecidos, es el 2 de noviembre el Día de los Difuntos.
Por lo tanto, el día de todos los santos no se festeja solo en honor a los beatos o santos que están en la lista de los canonizados y por los que la Iglesia celebra en un día especial del año; sino que se celebra también en honor a todos los que no están canonizados pero viven ya en la presencia de Dios; es decir, se celebra todo el que ha muerto y ha ascendido al Cielo.
Gregorio III (731-741) consagró una capilla en la Basílica de San Pedro a todos los santos y fijó el aniversario para el 1 de noviembre. Gregorio IV extendió la celebración del 1 de noviembre a toda la Iglesia, a mediados del siglo IX. Es frecuente que este día las grandes catedrales exhiban las reliquias de los santos.
La primera noticia que se tiene del culto a los mártires es una carta que la comunidad de Esmirna escribió a la Iglesia de Filomelio, comunicándole la muerte de su santo obispo Policarpo, en el año 156, según recoge el obispado de Alicante. Esta carta habla sobre Policarpo y de los mártires en general. Del contenido de este documento, se puede deducir que la comunidad cristiana veneraba a sus mártires, que celebraban su memoria el día del martirio con una celebración de la Eucaristía. Se reunían en el lugar donde estaban sus tumbas, haciendo patente la relación que existe entre el sacrificio de Cristo y el de los mártires.
La veneración a los santos llevó a los cristianos a erigir sobre las tumbas de los mártires, grandes basílicas como la de San Pedro en la colina del Vaticano, la de San Pablo, la de San Lorenzo, la de San Sebastián, todos ellos en Roma.
Los martirologios
Las historias de los mártires se escribieron en unos libros llamados Martirologios que sirvieron de base para redactar el Martirologio Romano, en el que se concentró toda la información de los santos oficialmente canonizados por la Iglesia.
Cuando cesaron las persecuciones, se unió a la memoria de los mártires el culto de otros cristianos que habían dado testimonio de Cristo con un amor admirable sin llegar al martirio, es decir, los santos confesores. En el año 258, San Cipriano, habla del asunto, narrando la historia de los santos que no habían alcanzado el martirio corporal, pero sí confesaron su fe ante los perseguidores y cumplieron condenas de cárcel por Cristo.
Más adelante, aumentaron el santoral con los mártires de corazón. Estas personas llevaban una vida virtuosa que daba testimonio de su amor a Cristo. Entre estos, están san Antonio (356) en Egipto y san Hilarión (371) en Palestina. Tiempo después, se incluyó en la santidad a las mujeres consagradas a Cristo.
Antes del siglo X, el obispo local era quien determinaba la autenticidad del santo y su culto público. Luego se hizo necesaria la intervención de los Sumos Pontífices, quienes fueron estableciendo una serie de reglas precisas para poder llevar a cabo un proceso de canonización, con el propósito de evitar errores y exageraciones.
El Concilio Vaticano II y el calendario santoral
Se disminuyeron las fiestas de devoción pues se sometieron a revisión crítica las noticias hagiográficas (se eliminaron algunos santos no porque no fueran santos sino por la carencia de datos históricos seguros); se seleccionaron los santos de mayor importancia (no por su grado de santidad, sino por el modelo de santidad que representan: sacerdotes, casados, obispos, profesionistas, etc.); se recuperó la fecha adecuada de las fiestas (esta es el día de su nacimiento al Cielo, es decir, al morir); se dio al calendario un carácter más universal (santos de todos los continentes y no sólo de algunos). Y se estipuló que el 1 de noviembre sería el Día de todos los Santos.
La Iglesia escoge para este día la lectura del discurso de las Bienaventuranzas, con el fin de rendir culto a todos los que han pasado por este mundo y han recibido de Dios el sobrenombre de bienaventurados por alguno de los títulos que Jesús pronunció sentado sobre el monte.
Fuente: LP