La Encíclica toma su nombre de la invocación de san Francisco, «Laudato si’, mi’ Signore», que en el Cántico de las creaturas que recuerda que la tierra, nuestra casa común, «es también como una hermana con la que compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos » (1). Nosotros mismos «somos tierra (cfr Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está formado por elementos del planeta, su aire nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura» (2). «Esta hermana protesta por el daño que le hacemos por el uso irresponsable y el abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella» (2). Su gemido, unido al de los pobres, interpela nuestra conciencia «a reconocer los pecados contra la creación» (8). El Papa nos lo recuerda retomando las palabras de Bartolomé, Patriarca Ecuménico de Constantinopla: «Que los seres humanos destruyan la diversidad biológica [...], contribuyan al cambio climático, [...], contaminen las aguas, el suelo, el aire. Todos estos son pecados» (8). La respuesta adecuada a esta consciencia es la que San Juan Pablo II llamaba «una conversión ecológica global» (5). En este recorrido, San Francisco de Asís «es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. […] En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior.» (10).
Fuente: http://www.archivalladolid.org