El P. Alain en el momento de la homilía de la Eucaristía que reproducimos en su integridad a continuación. |
DOMINGO
XIII DEL TIEMPO ORDINARIO
XXV
ESCUELA DE VERANO "SAN VIATOR"
Valladolid,
30 de junio de 2013
Homilía
La liturgia de este domingo nos pone ante una palabra muy sencilla,
pero que tiene en sí un poder extraordinario: caridad, amor. Es una
palabra que brilla como una antorcha e ilumina nuestra existencia, llegando inmediatamente
a las profundidades de nuestro corazón como una palabra capaz de discernir
entre lo que el Espíritu ha engendrado en nosotros y lo que es fruto de nuestro
egoísmo.
En la primera lectura del día de hoy, Eliseo, ante una opción que Dios
le pide que tome, una opción que incluye un «paso de propiedad» -de
pertenecerse a sí mismo a pertenecerle a él y a su misión-, responde de
inmediato con un gesto de entrega: da a los suyos todo lo que tiene y todo lo que
es.
También, según el evangelio, la vida de Jesucristo fue un camino de
abandono total a la voluntad del Padre. En consecuencia, quienes nos preciamos
de ser cristianos, seguidores de Jesucristo, hemos de vivir ese mismo estilo de
vida, desprendimiento de nosotros mismos, de lo nuestro, para encontrarnos con
lo que Dios quiere y espera de nosotros.
Lo que antes pudiera ser nuestra fuente de seguridad ahora ya no puede
serlo. La única fuente de estabilidad, la única certeza, es Jesucristo. El evangelio
nos lo ha dicho con toda claridad: Ante la petición de ocuparnos de los deberes
familiares, Jesús dice que no se puede anteponer nada a su amor, a fin de tener
un corazón libre, capaz de hacer nuestros los sentimientos de Cristo, y poder entregarnos
por completo a la voluntad del Padre para la edificación de su Reino.
Que en definitiva en esta edificación del Reino entrará también el amor
por la familia y por todos los nuestros… pero desde otra perspectiva, no desde
la visión y el estilo humano de nuestro amor y preocupación que siempre es
imperfecto y débil, sino desde el modo de ser y amar del mismo Dios, amor que
es mucho más fuerte, completo y apasionado que el que nosotros vivimos.
La expresión, el «rostro» de esta caridad, de este amor de Dios, nos lo
muestra Lucas en su evangelio al poner ante nuestros ojos el rostro «serio» de
Jesús cuando escucha la expresión fuerte de los apóstoles: “Señor, ¿quieres que mandemos que baje fuego del cielo y los consuma?”,
porque su Padre tiene verdadera pasión de amor por todos sus hijos e hijas.
Jesús tiene clavada en su corazón está pasión de su Padre, y lo tiene
tan fuertemente que nada puede distraerle de su meta: llegar a Jerusalén, es
decir, llegar al lugar de la comunión plena con la voluntad del Padre.
Caigamos en la cuenta de lo que significa este amor rebosante de Dios
para con todos sus hijos e hijas; dejemos que la mirada de nuestro corazón
trate de comprenderlo en su profundidad... y seguro que nuestra vida quedará
tocada y transfigurada, al estilo de Jesús.
Sólo la caridad, sólo el amor, puede dilatar nuestro corazón.
Haz, Señor, que ésta tu pasión me consuma, y me haga correr con alegría
por el camino de tu mandamiento nuevo: el del amor, el de la caridad.
Quiero correr por él hasta el día feliz en el que podré seguirte por
los espacios infinitos cantando tu cántico nuevo, el del amor, como decía Santa
Teresa de Lisieux.
Que la pasión de Dios por todos sus hijos e hijas, por
todas las personas de nuestro mundo, invada nuestro corazón y nos impulse a
seguir entregándonos con todas nuestras fuerzas y con todo nuestro amor a la
hermosa misión de colaborar en la formación integral de nuestros educandos,
porque no olvidemos que los niños, adolescentes y jóvenes, especialmente si son
los más abandonados de la sociedad, son aquellos a quienes Dios más ama, y los
más preferidos de nuestro fundador el Padre Luis Querbes.